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<p>Si la misión de la educación es construir una sociedad más humana, necesitamos definir hoy la evolución de los humanismos a lo largo de la historia, para afianzar el paradigma humanista de la universidad del siglo XXI. En el camino hacia esa meta, la función del educador cristiano, como líder, es de suma trascendencia, conforme lo recogemos en el pensamiento del Vaticano II (GS, 31) y orientando su labor en la construcción de la mente de los jóvenes; pero, en especial, por su testimonio de autenticidad y de valores humanos. Le corresponde también al educador la función crítica, profética, desde su profesionalidad y la calidad de su desempeño docente, con la honda convicción de que humanizar es evangelizar. Sin las bases humanistas construiremos un mundo vacío y una efímera paz. Sigue viva la utopía del humanismo, ahora con el transhumanismo (Ferry) de una vida sana, feliz, sin límites. La educación tiene la urgencia de la formación del maestro; sin su imprescindible altura profesional, en ciencia y arte, el humanismo no podrá afianzarse en las aulas y llegar a su pujanza plena.</p>